miércoles, febrero 04, 2004

Uno de los secretos del capitalismo es volver masivos los productos que eran exclusivos de un pequeño grupo con gran capacidad adquisitiva. Los ejemplos, son innumerables. Hacerlo así, permite que las grandes mayorías disfruten de los productos y servicios que antes eran sólo para unos cuantos, lo que transforma su forma de vida, y vuelve millonarios a quienes inventan cómo lograr que su costo baje, su producción aumente y su distribución se generalice. Este 2004 es el aniversario de dos de esos casos, verdaderos parteaguas en la historia de la humanidad: el Ford y la Mac.

El Ford cumple un siglo y la Macintosh dos décadas. Ninguno de los dos es un invento original. Al volverse de consumo masivo, ambos transforman su entorno y provocan una verdadera revolución social. Es curioso pensar que el Ford T ofrecía a sus clientes "puede elegir el color, siempre y cuando sea negro", porque para abaratar costos, su producción era industrial, toda igual, y la pintura con máquina era parte del proceso. Hoy, cien años después, la Ford ofrece a sus clientes la posibilidad de diseñar su propio vehículo, con ciertas opciones, a partir de varios modelos base. Es decir, como otros fabricantes, se vuelve flexible para competir y seguir adelante.

En 1984, la Macintosh introduce la flexibilidad como requisito de producción y servicio. Aún ahora, a pesar de las vicisitudes de su matriz, Apple, los creativos la usan porque permite grandes posibilidades, sobre todo de manejo y creación de imagen. En veinte años, Mac e IBM, creadora de la computadora personal (PC), son desplazadas como líderes del mercado, pero es innegable su contribución al mundo de hoy, el de la sociedad del conocimiento.

Después de 1904, el mundo de los automóviles provoca la segunda revolución industrial. Al escoger a la gasolina como combustible, por sus claras ventajas sobre el carbón, el petróleo se vuelve el energético más importante, y el caballo, milenario medio de transporte, cede su lugar al auto, deja en el desempleo a miles de personas por todo el mundo, pues no es lo mismo ser cochero que chofer, ni mecánico que veterinario, comerciante en pasturas que gasolinero, o llantero que herrero. En los muchos documentales que hay sobre el terremoto de San Francisco o de cualquier tema urbano de las primeras décadas del siglo 20, se ve cómo coexisten el auto y el caballo. Diez años después, no hay caballos en las calles. Por ejemplo, en 1928 se prohibe la entrada de vehículos de tracción animal a la ciudad de México.

El mundo industrial es el de la estandarización, el de los productos iguales. Es la era en la que el mercado está controlado por los productores, los grandes empleadores. La eficiencia (hacer bien las cosas) es más importante que la eficacia (hacer lo que se debe hacer), el margen de operación permite sostener un exceso de trabajadores, cuyos ingresos les dan capacidad de consumo y por tanto de apoyar al mercado.

En 1984, la introducción de la Macintosh contribuye al fin de la era industrial. Junto con la PC de IBM, a quien obliga a flexibilizar su máquina, y el software de Microsoft, dan lugar a una nueva forma de vida. Las últimas dos décadas transcurren en los cambios que provocan y que se traducen en un mercado de clientes, en donde uno escoge lo que quiere y puede comprar, en el que fijarse en lo que desean y necesitan las personas es básico para salir adelante, en el que la flexibilidad, la velocidad, la eficacia y la eficiencia son fundamentales para adaptarse rápidamente a las necesidades de la clientela, la que no tiene por qué ser el consumidor fiel de antaño, sino que compra lo que le satisface.

Los productos iguales de la sociedad industrial pierden su importancia, se vuelven commodities, compiten por precio y son cada vez más baratos. Lograr ese precio bajo es fundamental para los productores y para los países que los albergan. Ayudan a ese abaratamiento el desempleo y las políticas monetarias de control inflacionario.

La Macintosh, como la PC de IBM, ponen al alcance de las mayorías la posibilidad de hacer un trabajo verdaderamente humano, analítico, creativo, original, informado. En las últimas dos décadas se automatiza todo trabajo repetitivo y automatizable. Las máquinas desplazan a las personas que lo desempeñan, quienes pierden su empleo, como sucedió con aquellas que trabajaban en cuestiones relacionadas con el caballo cuando surgió el Ford T. Hoy, como entonces, un mundo nuevo tiene exigencias nuevas. Hasta en los idiomas se nota. Hace unas cuantas semanas la Real Academia Española de la Lengua aceptó la palabra Internet.

En veinte años todo se transforma. Para poner ejemplos, los CD y los DVD desplazan a discos, disquetes, cassettes y videos. Hoy vemos cómo las cámaras digitales acaban con la forma tradicional de tomar fotografías. Los músicos ya no necesitan tener gran cantidad de instrumentos para jugar con ellos y componer, lo que los enfrenta a retos de creatividad desconocidos. Lo mismo sucede con los diseñadores: la computadora les permite "simular" sus resultados y da ventaja a quien, con creatividad, agrega valor a lo que hace.

La Red representa la nueva forma de trabajar, facilita la independencia, compensa con nuevas oportunidades los empleos que quita. La "economía digital" llega para quedarse y plantea grandes retos a un país como el nuestro, en el que la educación está aún enfocada a la sociedad industrial.

Los mexicanos somos un pueblo creativo. Nos hace falta formación, disciplina, ética y capacidad de seguimiento. Necesitamos subsanar esas carencias con educación. Tenemos que adquirirla. La familia y la escuela son las instituciones ideales para ello, pero deben aprender a cumplir su papel. Deben ayudarnos a manejar el miedo, hacernos independientes. Es imperdonable ser creativos y estar al margen del desarrollo en un mundo que valora tanto la creatividad.

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